miércoles, 23 de septiembre de 2009

“VALIENTE”
La soledad es un perro fiel: si la alimentas adecuadamente siempre vuelve a tu regazo. Hace más de diez años que Antón convive estrechamente con ella, confinado en su hogar-prisión. Los días pasan, la correspondencia y la publicidad se amontonan en su buzón, ajenas a la desidia del receptor. Desde la ventana, mira a los viandantes con cierta envidia, pues enfrentarse a lo cotidiano se ha convertido en una meta inalcanzable.
Hace mucho tiempo que amigos y familiares desistieron en el intento de llegar hasta él, de hallar una cura para su mal; sin embargo Antón niega sistemáticamente estar enfermo. En su retiro, cree firmemente haberse librado de la insidiosa realidad. Nadie volverá a hacerle daño.
Pero hoy es diferente a los demás días: sus cavilaciones son interrumpidas por el agudo sonido del teléfono. Al otro lado del auricular, emocionada, su hija le informa que acaba de ser abuelo. Antón se llena de orgullo cuando escucha que su nieto recibirá su mismo nombre, pero su expresión se tuerce cuando su hija le implora que le vea con sus propios ojos.
Los gritos y reproches se suceden. Irritado, el anciano cuelga el teléfono violentamente; odia sobremanera que le recuerden su vida anterior, ya que le produce mucho dolor. Sin poder evitarlo, rompe a llorar, debido a que se encuentra ante una terrible encrucijada: por un lado desea de todo corazón abrazar a su nieto, pero la sola idea de salir fuera le aterroriza.
Tras largas horas de dudas, finalmente está preparado. La casa es testigo mudo de un hecho sorprendente: su inquilino se prepara para salir.

El paso de Antón es vacilante y temeroso, el sol, el viento y el gentío le desconciertan. En la parada, jóvenes y viejos esperan en silencio el autobús; muchos tienen auriculares y otros tantos están acompañados de transistores. Están tan juntos que podrían tocarse, pero curiosamente nadie cruza una mirada. Antón se sonríe. Después de todo, el mundo entero también está enfermo.
Al entrar en el autobús, la ansiedad se apodera de él. Su respiración es agitada, siente cómo la muchedumbre se convierte en sombras recortadas sobre un fondo oscuro, el miedo lo paraliza… Pero esa desagradable sensación se desvanece al reconocer a una cara familiar entre los pasajeros. Cómplices de mil aventuras, amigos inseparables separados por los avatares de la vida. La charla es amena e intensa, pero su compañero pierde las ganas de conversar cuando Antón le pregunta el destino de su viaje, Morís inconscientemente empieza a tartamudear, su cara se ensombrece. Compungido, tras unos segundos, vuelve a retomar la conversación.

Su expresión es triste pero resignada, no se dirige a ningún lugar en particular, nadie espera su retorno. Solo intenta, sin éxito, burlar a la soledad. Si la vida te fragmenta el corazón, es fácil caminar cabizbajo, pero a ras de suelo no se encuentra la esperanza. Cuando el pasado brilla con intensidad, eclipsando el futuro, es el momento de renacer. Su voz esta quebrada, mas sus palabras están llenas de determinación.